Ahora que está aquí mayo y se acerca la feria, recuerdo el día que se escaparon los ponis. Era muy temprano, al alba, que queda más poético, cuando la avenida de la Victoria entonces, se llenó de caballitos que huían a no se sabe donde. Cansados de dar vueltas, aprovechando el descuido de su dueño, se escaparon del torno que los conducía a ninguna parte y se hicieron dueños de las calles para sorpresa de viandantes y sofoco de conductores, acompañado de la banda sonora de las tristes sevillanas, las chochonas y los berridos de hot dogs. Los ponis llevaban mucha delantera al mozo que los perseguía, cuando tuve la oportunidad de verlos correr, cosa que jamás imagine que pudiesen hacer, acostumbrado a verlos tan quietos y pacíficos. Ahora lo hacían con las crines al viento, golpeando el asfalto con sus pequeños cascos amorfos, convertidos en sandalias de Mercurio. Fue un instante impagable verlos galopar a la altura de la caseta del Círculo, evadiéndose de la prisión que para ellos era la feria. En la ceguera de su frenesí no se detuvieron a la orden visual de los semáforos, ni se dejaron intimidar por los que con los brazos abiertos quisieron detenerlos. La noticia salió en el diario Córdoba. Al último lo atraparon casi a las afueras de la ciudad. De los ponis tal vez olvidaré sus ojos tristes, pero jamás su rebelde competición por la libertad.
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