La proclamación de la II República fue resultado del parecer de Alfonso XIII, hay que señalarlo. Fue el rey el que con su decisión de abandonar la jefatura del Estado permitió el cambio pacífico de régimen, (del mismo modo que decidió una década antes que España se convirtiese en una dictadura). El resultado del plebiscito para los municipios, que dio la victoria a las candidatura republicano-socialista en algunas capitales y ciudades importantes, no era razón suficiente que justificase la caída de la Monarquía, puesto que en esta consulta aquella tenía el respaldo del mayor porcentaje de electores. Siempre se podrá argüir que el voto rural fue manipulado por los caciques, pero el resultado era favorable a los partidarios del rey. Alfonso XIII podía haber continuado desempeñando sus funciones conforme a la ley, dentro del marco del viejo sistema de la Restauración. Sin embargo, tras una lectura apresurada del recuento de votos y aconsejado por el líder de los liberales progresistas y mayor terrateniente de España, Álvaro de Figueroa y Torres (conde de Romanones), - u obedeciendo a uno de esos prontos que caracterizaban su personalidad - optó por liquidar el sistema que diseño Cánovas del Castillo, e inauguró su padre Alfonso XII. Fue precisamente Romanones el elegido por Alfonso XIII para llevar a cabo las gestiones pertinentes, el que se entrevistó con Alcalá Zamora para pactar el paso de poder al Gobierno Provisional, e improvisado. Es por todo ello necesario afirmar que no fue la explosión popular en las calles sino la determinación del rey la que trajo la República. Hilando fino, podríamos rematar diciendo que la República fue una cagada de la Monarquía.
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