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martes, 13 de mayo de 2025

Mentiroso

Cuando era niño era un gran trolero, mentiroso, no disfracemos la realidad. La imaginación me podía e inventaba vidas paralelas, por lo que muchas veces no distinguía la realidad de la fantasía. Creo que todavía me pasa. En una de aquellas me destaparon y acabó la farsa. En el bus que me llevaba al cole todas las mañanas había dos sujetos de mi edad, seis siete años, que se sentaban juntos e intercambiaban tebeos de los de Wald Disney, de aquellos de la editorial Cucaña, que eran redibujados tomando como base las tiras de prensa norteamericana. Los tíos tenían un montón, los intercambiaban y debatían sobre ellos.  Supongo que fue la envidia la que me condujo a sentarme a su lado para participar de sus conversaciones, que ahora denominaría friki. De entrada, les hablé de los que yo tenía de la colección, que eran exiguos. Pero poco a poco, conforme nos fuimos conociendo me atreví a inventarme títulos e historietas, y ellos me escuchaban con mucha atención.  Era una sensación extraordinaria, me contemplaban con admiración. El caso es que todo lo bueno se acaba. Un buen día un tipejo con tres o cuatro años más que nosotros, en mitad del diálogo, cuando yo mencionaba algún que otro título de mi colección imaginaria, soltó que todo aquello era mentira, que esos tebeos no existían. Para mí fue un mazazo, pero mis camaradas no dieron crédito a su calumnia. Sin embargo, el otro, para demostrar que tenía razones para acusarme de mentiroso, tomó un ejemplar y se fue a la contraportada, donde venía una lista enorme de todos los que se habían publicado y demostró que no existía ninguno de los que yo citaba. Aquello pintaba muy negro. Pero como buena lagartija que era me defendí diciendo que los que yo mencionaban eran títulos de una colección gemela, la de Hanna Barbera, que era igual en diseño y de la misma editorial. De este modo silencié al bocazas, pero perdí ascendencia con los frikis porque los de Hanna Barbera no tenían el prestigio de Disney, sino que eran más domésticos. El caso es que, para no empeorar más las cosas, desde ese día empecé a sentarme al fondo del autobús, donde había un ambiente menos selecto, pero ávido de historias.


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