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viernes, 16 de mayo de 2025

En contra de las dedicatorias

Me llamarán raro o caprichoso, pero soy de los que evitan la dedicatoria en un libro. Incluso más de una vez he rechazado uno de ocasión que traía una escrita: "de fulanito a menganito, que te guste mucho", o cosas por el estilo. A mi me gusta el libro impoluto, como recién salido de imprenta. Soy de los que se lavan las manos antes de tomar uno entre ellas. La dedicatoria roba protagonismo al texto, te atrapa en una red anodina que te impide avanzar en la lectura, porque te retrotrae constantemente al momento en que te la hicieron, y se te antoja autógrafo en una servilleta de papel o en la palma de la mano, te distrae; ni te cuento si reparas en la frase cada vez que lo abres, una vulgaridad repetida cientos de veces de una persona que no te conoce de nada. Además, casi siempre el nombre no se entiende, o te lo cambian, y ahí queda eso. Recuerdo esa en la que tuve que buscarme un amigo que se llamaba como ponía en la dedicatoria, para librarme definitivamente de aquella rémora. El tío, que desconocía la verdadera razón, me dio las gracias encarecidamente. He de confesar que he arrancado la hoja que me molestaba siempre que no he tenido otra alternativa. Yo creo en fin, que un libro es un santuario, condenado a desintegrarse en el tiempo, pero no a convertirse en un muro de pintadas.


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