He vivido una situación que podría calificarse de ciencia ficción si no fuese porque ha sido un acontecimiento real, signo de los tiempos que corren. A esa hora intempestiva que es la de la siesta ha sonado el teléfono fijo, todo un acontecimiento que permite recordar que tenemos uno en casa. Por ser novedad me he tomado la molestia de descolgarlo a sabiendas de que se trataba de la venta de algún producto, no podía ser de otra manera. Al otro lado escucho una voz femenina, me atrevería a decir de adolescente, tan suave y melodiosa que me impide colgar el auricular, algo así como el canto de las sirenas del que hablaba Homero y sedujo a Ulises. Una voz dulce y clara, que se expresa en perfecto castellano, me comunica que con motivo de la presentación de un aparato que da masajes en la espalda estoy invitado a participar en la experiencia y llevarme como obsequio un reloj de pulsera de última generación. Le indico a la joven que mi agenda está completa y no podré asistir al evento. No desiste en su intento y me repite la oferta y el regalo, me pide confirmación y que le de mi nombre. Intento hacerle comprender que este fin de semana no podré pasarme por el lugar de la cita, me repite la misma cantinela con otras palabras, despertando mi asombro por su insistencia y locuacidad. Con cierta malicia le replico que el sábado será mi cumpleaños y estaré ocupado todo el día celebrándolo con mis familiares. Insiste. Y es ahí donde sospecho, cuando detecto que no siente empatía con lo que le estoy diciendo. Entonces le hago la pregunta: ¿es usted una persona? Y la voz no me responde, se limita a contarme de nuevo el motivo de la llamada. Cuelgo. Me he dado cuenta del grado de sutileza y falta de escrúpulos del mercado. He estado a punto de dejarme seducir por una IA. Mientras nuestros políticos juegan a revivir los fantasmas del pasado, llámese Guerra Fría, se cierne sobre la humanidad una terrible amenaza que nadie parece advertir.
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