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miércoles, 12 de junio de 2024

Padre de un mi amigo

Yo tenía un amigo, que por ahí anda o eso espero, otro de esos que dibuja, que me hizo un día una proposición indecente. Resulta que como mal estudiante que era había sido llamado al orden en repetidas ocasiones por sus profesores y estos habían determinado que era momento de hablar claramente con su padre, el curso se acababa y se acercaba la temida selectividad.  Este amigo, como habrás imaginado, estaba cursando el COU, pero yo ya deambulaba por los pórticos de Filosofía y Letras. El asunto está en que el tutor le había pedido concertar una entrevista con su padre, para darle cuenta de su actitud académica, (entonces no se llevaba lo de internet y el teléfono había que encontrarlo en un listín muy gordo lleno de apellidos), y mi camarada, en lugar de hacer lo que correspondía me buscó, para evitarse un buen marrón, pues imaginó que yo podría sacarle del apuro representado el papel de mi vida. Se ve que este buen amigo tenía un elevado concepto de mí, aseguraba que yo daba el tipo de individuo serio y formal. Lo que me propuso fue aparentemente sencillo. Me pidió que me hiciese pasar por su hermano mayor y me reuniese con el interesado en nombre del progenitor común. A mí no me hizo ni pizca de gracia la sugerencia, pero como me insistió tanto y puso tanta pasión en ello al final acepté. Así acordado, una tarde, entre clase y clase, me presenté en el colegio a aguantar el chaparrón con una significativa gana de acudir al servicio.

-Soy el hermano de Fulano -. Dije y me condujeron al despacho del director. Todo muy oscuro. La decoración muy sobria. Un escritorio de varias toneladas. Un crucifijo de metal clavado en una piedra. La foto del papa Juanpe. El colegio era religioso, por dar alguna que otra pista.

Yo no las tenía todas conmigo porque, físicamente, mi amigo y yo, no nos parecíamos en absoluto, y temía que descubriesen el pastel a la primera de cambios. Allí me recibió el principal, me ofreció asiento a su mesa y, de forma sosegada y pacífica, mientras cruzaba los dedos de sus manos y apoyaba en ellos la cabeza, me dio cuenta de todo lo que mi supuesto hermano había hecho a lo largo del curso, es decir, nada, pero muchas gamberradas. Yo puse cara de circunstancias y lo escuché muy serio, alzando de cuando en cuando las cejas en señal de asombro, y meneando la cabeza para darle toda la razón. Al rato acudió el tutor, con cara de pocos amigos, en representación del claustro. Nos estrechamos la mano, tomamos asiento y me largó un discurso no menos largo que el del anterior, e igual en contenido. Yo, con cara de tonto, no hacía sino asentir, igual que aquellos perritos que se ponían de adorno en la bandeja del maletero del coche, e intercambiaba miradas con uno y otro para darle la razón a ambos. El caso es que, por lo que fuese, supongo que el azar, coló la consanguinidad y, aunque tuve que aguantar un par de largas horas de quejas y remedios, aquellos se dieron por satisfechos y al despedirnos quedamos tan amigos, por mostrar yo una actitud tan comprensiva.

Después, cuando tuve ocasión de largar a mi amigo toda la perorata no tuvo otra que referirse a ellos como unos cabrones, pero me agradeció el detalle y celebró mi valor.

Lo malo es que, todos sabemos lo caprichosa que es la Fortuna, un par de días después de la citada reunión se presentó el padre en el colegio, por iniciativa propia, y salió a la luz la anterior asamblea, para causar perplejidad y muchas preguntas. Mi amigo juró y perjuró que no sabía nada de aquello. Y los docentes alarmados anduvieron haciendo pesquisas para averiguar el misterio del falso hermano. Por aquel entonces me dejé la barba, o me la quité, ya no lo recuerdo bien. Un día me crucé con el tutor y, aunque me miró con extrañeza, no supo ubicarme en su agenda. Yo le saludé por educación, mas no detuve mi paso, sino que lo aceleré y me perdí por la judería, que había quedado con otro amigo de nombre Javier.


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