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domingo, 23 de junio de 2024

Los cinco eran un número mágico

Llega este tiempo que amenaza vacaciones y acude el recuerdo de las largas y calurosas tardes de siesta, cuando no la echaba. Buscaba un rincón a la umbría y aprovechaba para leer el libro de Los cinco que se había venido conmigo. Eran tardes de evasión y misterio, al arrullo de las insistentes chicharras masticando el silencio sin descanso. En portada aparecían unas palabras escritas en grandes letras rojas y trazo caprichoso, ese detalle siempre me pareció enigmático. Pasaron algunos años hasta que descubrí que era el nombre de la señora que los escribía, una inglesa con aspecto de institutriz vestida a la antigua. Hasta entonces creí que se trataba de un sello, el logo de la marca editorial o algo así. Pero, ya digo, todo eso llegó más tarde. Al principio solo éramos el libro, (un tipo silencioso con aspecto de caja), y yo. Lo chulo, por no decir fascinante, era empezar a leer sus páginas y que los personajes cobrasen forma y vida, y protagonizasen inesperadas situaciones. Era una sensación mágica, la del leer, que por cotidiana ya no experimento, algo así como trazar unas líneas en el papel que no significan nada pero que poco a poco van tomando forma sin que apenas te des cuenta y, cuando quieres acordar, ya son un imponente faro sobre el acantilado, un caserón en ruinas, un laberinto inesperado o un ferrocarril fantasma en la noche. Pues así era, una montaña rusa de sensaciones, un mundo que se creaba a tu alrededor a cada paso sin necesidad de moverte. ¡Menudo aburrimiento!, me dicen ahora si lo cuento. Era después, cuando llegaba la merienda y asomaban los amigos, salidos de las cuevas, cuando se contaban las aventuras leídas y se improvisaban otras sobre la marcha. En verano oscurecía tarde y la animada noche anticipaba los sueños antes de irse a la cama. Hay experiencias que por personales son irrepetibles. Quizás por eso convenga contar menos o sólo a los que tengan ganas de sentarse y viajar. Esta será una secta secreta, para unos poco elegidos, Pitágoras estaba acertado, el cinco daba inicio a todos los títulos, las casualidades no existen.



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