Uno de los recuerdos más nítidos de mi primera infancia es el de aquellos seductores pastelitos que hacían las amigas cuando jugábamos a las casitas, y ellas invitaban a merendar, pero de mentirijillas. La primera vez que me llevé uno a la boca descubrí el sabor de la tierra, lo cual no impidió que volviese a catarlo en numerosas ocasiones, porque en la situación del juego nada me parecía mentira, me superaba la sugestión y me lo tragaba todo. Imagino que de experiencias por el estilo debió de surgir la leyenda de la maga Circe y otras como ella.
Hay otro recuerdo que no ato a este, o no quiero, pero que, sospecho, guarda cierta relación. Cuando la tarde se hacía muy larga y la imaginación aportaba alternativas, una muy divertida era mear sobre la tierra, para hacer barro. Cuando ya había un charquito se cogía un palo y se removía todo. De este modo se conseguía una masa muy adecuada para suplir la carencia de la plastilina en las improvisadas manualidades. No digo más.
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