Melampo tenía un oído extraordinario, y no sólo oía el ruido más insignificante sino que además entendía el idioma, o idiomas, de los animales, aves y peces. Este don le sobrevino a consecuencia de que, un día que echaba la siesta bajo un olivo, acudieron dos serpientes y le lamieron el interior de las orejas, por lo que deducimos que les gustaba la roña, y se las dejaron muy limpias. Desde entonces, al margen de lo mentado, Melampo no pudo volver a pegar ojo, por el ruido que todas las criaturas vivientes hacen y el miedo a que regresasen los ofidios con hambre, y le escarbasen otros orificios.
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