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domingo, 25 de agosto de 2024

Sueños entre melones

En Madrid había puestos de melones en mitad de la calle. Por lo menos en mi barrio y en los años en los que yo vivía allí, eran los 70. También pasaban rebaños de ovejas por la misma puerta casi todas las tardes, las cosas han cambiado mucho. El negocio en cuestión estaba exactamente en la estratégica esquina de Juan Andrés, Isla de Nelson y Sainz de Robles, próxima al bar Avenida, un atlético que todavía despacha desayunos y cervezas. En ese pico aparcaban una camioneta, levantaban un toldo con cuatro estacas y debajo edificaban una pirámide de melones. El montón no descendía nunca, debían remozarlo a diario. La clientela era fija y constante. El negocio lo despachaba una familia. Yo conocía al más pequeño, Rafa, que era el que nunca faltaba y me suministraba el género, bajo la atenta mirada de su padre, (cuando estaba). Era un chico algo mayor que yo, un año o dos, y muy fantástico. Las horas de aburrimiento acomodado entre los cucurbitáceos le daban alas para imaginar. Como de niños todos hemos sido muy observadores, pronto advertimos el pie del que cojeaba, y le inducíamos a hablar para que nos soltase alguna de sus quimeras. Por ejemplo, que pasaba una moto, sacábamos la conversación, y esperábamos a que nos contase que si el tenía una de carreras o se había montado en la de Ángel Nieto, y cosas por el estilo. Después, cuando ya nos habíamos separado de su lado, nos descojonábamos de sus delirios de grandeza. Un día cometimos el desliz de reírnos antes de tiempo, justo en sus narices, y pilló un rebote de no te menees. Creíamos que iba a matarnos. Que si de él no se reía nadie, que si nos iba a cortar la cabeza, etc., etc. Vamos, que nos acojonó. Desde entonces empezamos a hacerle el círculo y a evitar el coloquio como antaño. Al final de la década el puesto desapareció, como el Madrid de pueblo que tuve la suerte de conocer, y no volvimos a saber de Rafa. El tiempo ha respetado su esquina y ahora está cubierta de maleza, pero no crecen melones. Supongo que Rafa seguirá soñando, espero que sí. Ojalá no nos guarde rencor.


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