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martes, 4 de abril de 2023

El chino roquero de la judería

Donde Deanes remata con Conde y Duque, en el perímetro de la judería de Córdoba, tenía asiento un chino roquero, japonés tal vez, asiático sin ninguna duda. Hablamos de inicios de los 80, los años de la movida y todas esas gestas. Era inevitable tropezarse con él de camino a la facultad de Filosofía y Letras. Rompía con todos los esquemas de aquello que uno espera encontrarse en el barrio de Maimónides. Gustaba el hombre de hacer guardia, sin razón ni motivo aparente, en tal encrucijada. Era un tipo pequeño, delgado, pálido de piel y pelo oscuro. Vestía al modo de Elvis en sus inicios, como los rocabillies: pantalón vaquero ajustado, zapatos puntiagudos, camisa de cuadros o camiseta blanca y chaqueta de cuero. Lucía tupé engominado, gafas de sol y una amplia sonrisa. Nunca supe con exactitud dónde y de qué vivía aquel personaje, pero era pieza indiscutible del área como la columna romana que sujeta la esquina del mencionado cruce. En pocos años pasó de la excentricidad a la popularidad, al llenarse la judería de estudiantes que tarareaban entre otras las canciones de Los Rebeldes y establecieron un curioso nexo de afinidad con el chino o japonés, ya digo, por su indumentaria. Para mi amigo Marcos, Rocabilly como el que más, aquel Lee partía la pana. Lo miraba con admiración al pasar a su lado, especialmente si ya iba entonado de aroma de humos y otras yerbas que gustaba fumar.
Con el tiempo, cuando la judería se llenó de tiendas de recuerdos y restaurantes caros, una vez que los vecinos desaparecieron, el chino roquero lo hizo con ellos. Fue, junto con el Gallego y otros, un figurante que dio vida a un barrio que tuve la suerte de conocer al dedillo y hoy es un parque temático.



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