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domingo, 5 de marzo de 2023

El amigo Jose.

Yo tenía un vecino que era de Jaén. Él y toda su familia. Se llamaba José, Jose para los amigos, y vivía en el tercero. Casi todas las tardes, mi hermano y yo, después de hacer las cuentas y un par de planas de caligrafía, subíamos a su casa a buscarlo para salir a jugar a la calle. Algunas veces era al contrario, él bajaba, si tardábamos mucho con las sumas.

La casa de Jose tenía un sabor a antiguo, provinciano. Imagino que era sin intención, sino espontáneo. Pero eso lo digo ahora, entonces me parecía simplemente rara.

Nosotros, y me refiero a mis padres, éramos de la misma provincia, pero no de la capital; lo mismo sucedía con los del cuarto. En aquel barrio había más andaluces que madrileños. Y los que lo éramos, por accidente.

El caso es que siendo de pueblo, nuestra casa tenía otro aire. La de Jose era como esa planta que cambias de tiesto, un pedazo de Jaén trasplantado en Madrid. Su decoración era anticuada, sobria, oscura. Cuando estaba en ella me recordaba a la de mis abuelas, pero incluso en las de estas había más luz. Bien es cierto que mis padres eran más jóvenes que los suyos y a lo mejor sus gustos eran ya otros o los lazos que les ataban al pasado menos.

Hasta que Jose no se acababa la merienda su madre no lo dejaba salir. Allí estábamos acompañándolo en la cocina mientras se terminaba el bocadillo, que lo hacía muy serio sentado en una silla y balanceando enérgicamente las piernas. Nosotros éramos de pan y chocolate y Jose se ventilaba unos bocatas enormes de chorizo o salchichón.

Jose era muy callado en su casa. En la calle resultaba más resuelto y dicharachero. Era un poco mayor que yo, pero tenía más volumen y parecía que las camisas le venían pequeñas cuando se sofocaba.

No recuerdo por qué ni cómo nos hicimos amigos. Sólo que nos unía la lectura de los comics de El Guerrero del Antifaz, que él tenía encuadernados en tomos. Y esa era la razón por la que jugábamos a moros y cristianos en la calle, porque al futbol era muy malo. Él era más aficionado a hacerle la guerra a los de Valdomero, que eran los niños de otra de las plazoletas de Saconia con los que nos tirábamos piedras.

A mi amigo Jose le pilló un día un coche saliendo del colegio. Por suerte, todo quedó en un susto y un hematoma en el trasero que no quiso enseñar, pero que su madre terminó descubriendo.

Jose nos decía que en Jaén cuando a un niño se le rompía un brazo se lo curaban con mierda de vaca. Que se lo había contado su padre.

Mi hermano, que era muy oportuno, soltó un día en el salón de su casa que mi padre decía que Jose era tonto. Yo quise que me tragase la tierra, porque lo anunció delante de los suyos, que se miraron con incredulidad.

- Pues, anda que tú –protestó el aludido.

Lo que le pasaba a Jose es que era muy inquieto y en ocasiones tiraba de nosotros que estábamos ávidos de aventuras, por eso nos íbamos a cazar gatos por sugerencia suya y, aunque no dábamos con ninguno, pasábamos la tarde.

Un año Jose se quedó sin reyes, pero luego acudieron unos días más tarde. Le trajeron un Big Jim, un muñeco que partía tablas de un golpe karateca. Ese año triunfaron los geipermanes y él se quedó marginado en los juegos, por lo que decidimos volver a hacerle la guerra a los de Valdomero y así, con palos y piedras, lo sentíamos más integrado.

Muchos años después terminé viviendo en Jaén, no he vuelto a saber de mi amigo Jose desde que salí de Madrid. El caso es que cuando recorro las callejas, sobre todo de la parte antigua, y acierto a ver el interior de una casa, porque el azar deja abierta una puerta, creo estar viendo la suya.

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