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domingo, 12 de marzo de 2023

La octavilla

 En cierta ocasión un tío mío, al que mis amigos definían como un currante nato, que había venido a pasar unos días con nosotros, se dio una vuelta, una de esas mañanas que tenía poco que hacer salvo pasear, por los descampados y huertas que rodeaban Saconia y tuvo la ocurrencia de recoger del suelo una octavilla que invitaba a rebelarse contra el régimen, la guardó en un bolsillo de la chaqueta y la llevó a casa. Debió de ser en 1973 más o menos, no sabría decirlo con exactitud.

Al cabo de una semana corrió la noticia de que en un importante partido de futbol de primera división habían arrojado al canto de un gol octavillas idénticas a la que recogió mi tío.

Mi padre, tentado por la notoriedad que podía darle aquel suceso, cometió el atrevimiento de comentar en el trabajo que él tenía una. Tardó menos de una hora en llegar la policía secreta para solicitarle la entrega de aquella y que los acompañase al lugar del hallazgo. Un compañero le había denunciado.

Íbamos a comer cuando se presentó en casa acompañado de dos señores muy serios, para sorpresa nuestra. Él le quitó importancia al suceso, dijo que venía por un papel. Mi madre quedó preocupada. Yo percibí que algo grave sucedía.

Mi padre no mentó para nada a mi tío, se apropió del protagonismo para evitarle complicaciones, y acompañó a los de la secreta hasta donde supuso que él la había recogido.

Los polizontes recorrieron las eras con la vista pegada al suelo mientras unos grises guardaban a mi padre. Era una tarde soleada. Después de un registro infructuoso, dieron por zanjado el asunto y lo dejaron marchar.

Por aquel entonces, durante meses, estuvo llegando al buzón de casa una multa a mi nombre, por exceso de velocidad. Yo sólo tenía 7 años.


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