Que las generaciones del 98 y el 27 son dos inventos del franquismo es algo que antes han dicho otros más doctos que yo, como Gregorio Morán, que siempre ha hecho mucho daño. Y que la del 27 fue la de los señoritos lo dejaron por escrito dos situados en las antípodas: por un lado, Max Aub y por otro César González Ruano. Imagino que Pedro Laín Entralgo y Dámaso Alonso rescataron del olvido a los que más se aproximaron a su ideario político, aunque pintaran de izquierdistas, por amistad o arrepentimiento, y así pasaron al paraíso de las letras todos ellos.
Condenados al olvido quedaron todos los ultraístas y
bohemios, aquellos tipejos sin oficio ni beneficio, sucios y greñudos, que merodeaban
por la Puerta del Sol mendigando unas perras para hacerse con café y media
tostada, que no era sino su alimento para todo el día; o durmiendo sobre las mesas
de las tabernas que no cerraban y pensiones en las que cuatro compartían cama,
fuesen poetas o putas. De ellos sabemos por algunos que tuvieron a bien recogerlos
en sus escritos, como hizo Inclán en sus Luces o Ayala en las Troteras y
Danzaderas, y otros que no miento por no aburrirte, aunque conozco que eres
paciente porque me das un like cuando escribo.
De Emilio Carrere leo ahora El reino de la Calderilla, donde
cuenta lo que aquel Parnaso fue y del que formó parte; y por eso gusta más,
porque no está retratado por sujetos ajenos a la obra, que se regocijan con su
miseria, como hizo el De Prada en el que le dio fama.
Es su libro, el de Carrere, de esos que no encontrarás estas
fiestas señaladas en las mesas de los Best Sellers y otros Planetas, territorio
de mercaderes del templo, sino en las librerías de ocasión o de viejo que es
donde los ratones se alimentan de Literatura, porque la historia de ésta no es tal,
sino principado de pijos.
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