Se llamaba Fonollosa, porque en el ejército el nombre que te ponen en la etiqueta de la chupita es, de los dos, el apellido menos frecuente. En mi caso estaba escrito Pérez Ruiz, porque ambos eran muy comunes, del mismo modo había otro compañero que era Ruiz Pérez, por la misma causa. Eso no pasaba con Fonollosa, Larrea o Patón, pues eran fáciles de identificar.
Ya digo que por Fonollosa era conocido en el cuartel, y así lo reclamaban cuando era necesario los mandos, (sargentos, tenientes, cabos y esa fauna), pero para nosotros era Follonosa porque era el que suministraba de porno la compañía. Al principio era un recluta más, con un traje de camuflaje como todo el mundo, alto, delgado, silencioso. Creo que si pasase por delante de la puerta de rejas de un chalete el perro no le ladraría, un tipo muy discreto, ya digo, una sombra.
Su modus operandi era el mismo siempre, semana tras semana. Llegaba el domingo y se vestía de bonito para darse un garbeo por Alicante – el cuartel estaba en Rabasa -. En el cuartel no quedaban más que los arrestados, (que era mi caso), los que tenían algún servicio y aquellos que, viviendo en la otra punta de la península, no podían permitirse el lujo de ir y volver en dos días a su casa. Recorría quioscos y tenderetes y hacía acopio de cultura.
La primera vez que dio a conocer su lado más característico, y que motivaría el cambio de apellido, se presentó en mitad del barracón y se puso a repartir revistas a diestro y siniestro. Nadie comprendía qué estaba sucediendo. Pero una vez que empezaron a circular de mano en mano todo el mundo se hizo la misma pregunta: ¿quién ha traído esto? Poco tardaron en cambiar el orden de las sílabas y darle mote al que se convirtió de la noche a la mañana en rey mago de la compañía.
Por supuesto que hubo alguno que otro escandalizado por tamaña osadía, pero con la boca pequeña, porque no perdió ocasión de darle algún que otro repaso a las publicaciones una vez que advirtió, al ver la cara de los aspirantes, que algo interesante tendrían.
Desde aquel día, y todos los domingos, Follonosa era el nombre más pronunciado en las camaretas. Las mañanas del festivo se hacían largas y todo el mundo imaginaba a Follonosa recorriendo los quioscos del puerto, y se relamía imaginado las portadas de los revistones, que así empezamos a denominarlos, que traería el mentado.
El defecto o la virtud del material que proporcionaba Follonosa es que no eran las revistas caras al uso entonces, los penthouses o playboys, de fotos vaporosas con modelos de infarto, sino publicaciones retapadas de seis por 20 duros que incluían entre tía y tía, relatos y comics, y sí, todo muy cutre. Creo que muchas de aquellas muchachas no eran sino promesas locales que protagonizaban un porno amateur no apto para sibaritas o pornófilos, sino para reclutas pornógrafos que éramos.
Lo interesante del caso es que de una de aquellas historietas, de algún desconocido dibujante, sospecho que italiano, sacamos a la mascota de la sección. Se llamaba el comic en cuestión El falo pompeyano, y causó tanto regocijo y expectación que pasó a convertirse en el grito de guerra cuando íbamos a paso ligero al campo de tiro, que estaba a unos diez kilómetros del cuartel.
- ¡Falo! – gritaba el cabo de turno.
- ¡Pompeyano! – respondía la compañía 31, sección dos, y se añadían coplillas que habíamos compuesto en los arrestos para hacer llevadera la marcha antes y después de los tiros. Otro día os las cantaré.
- ¡Vidilla, vidilla! – gritaba Mínguez, otro entre tantos, cuando la cosa andaba muy jodida y necesitábamos exprimir la cantimplora. Algún alférez de complemento se apiadaba y mandaba hacer un alto, si no andaban cerca el teniente.
El falo pompeyano terminó estampado en la camiseta de la compañía. Y sí, fui yo el que lo inmortalizó. Inspirado por el título diseñé el personaje, un falo con cara de buenote vestido de toga romana y corona de laurel. Motivo que me originaría algún que otro disgusto, porque junto al falo corrían el capitán y el teniente. Pero no por ello restaré valor a Follonosa, que fue el que facilitó el motivo y la anécdota.
Imagino que a estas alturas no menudeará por los quioscos, igual se ha vuelto un tipo decente, y ya solo sorteará historiales comprometedores buceando en los links de la red.
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