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viernes, 7 de julio de 2023

Lynch y Lorca

 Un día sí y otro también, sobre las nueve de la tarde, acudía García Lorca al domicilio del diplomático chileno Morla Lynch, un inmueble situado en el madrileño barrio de Salamanca. Una estrecha amistad unía a ambos personajes. El anfitrión y su esposa organizaban tertulias en las que participaba la intelectualidad de la época y Federico, uno de los habituales, amenizaba con el piano. En ocasiones el chileno se sumaba al concierto y compartían las teclas del instrumento, (es difícil no compararlos con los hermanos Marx llegado a este punto). Muchas fueron las veladas que pasaron de esta guisa, improvisando composiciones y recibiendo la admiración de los invitados.

Cuando empezó la guerra, el embajador chileno, Núñez Morgado, abrió las puertas de la embajada a los falangistas, que se refugiaron en ella para evitar a las checas. La misma política llevó a cabo Lynch cuando aquél faltó y él se convirtió en representante del país. Muchos seguidores de José Antonio pudieron, gracias a su labor desinteresada, abandonar la España roja bajo el paraguas de la inmunidad diplomática, como refugiados, (para que luego digan que la República no respetó la legalidad).

El poeta y cónsul Pablo Neruda acusó a ambos diplomáticos de simpatizar con la causa rebelde y de ser partidarios de la Alemania nazi, y acusó a Lynch de no mojarse en el caso de Miguel Hernández - otro asiduo a las tertulias - cuando las tornas cambiaron y tuvo ocasión de hacerlo.

De Madrid marchó Lynch a Berlín, en el 39, a continuar con su carrera diplomática. Definió el régimen nazi como “monumento de justicia social”. De su paso por Madrid se menciona en los mentideros el gusto por los jóvenes broncíneos, trabajadores y proletarios. Era una época muy confusa, o eso nos han contado.


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