María de Maeztu, a la que las chicas de la Residencia de Señoritas llamaban María la Brava, intelectual, pedagoga, conferenciante y pionera del feminismo hispano, se durmió durante la lectura del libreto de Así que pasen cinco años, obra surrealista del insigne poeta Federico García Lorca, cuando éste la hizo en casa del diplomático chileno Carlos Morla Lynch a un reducido y selecto círculo de gente de la cultura, diplomacia, política y nobleza.
Pese a la mirada furibunda de Federico, que no interrumpió la lectura ante la provocación, la vitoriana no se privó de bostezar y acomodarse en la butaca para terminar entregada al abrazo de Morfeo y roncar, aunque muy bella en su actitud.
No es la de los cinco años la más popular del poeta granadino, muy alejada de otras de gitanos, oscurantismo y costumbres populares españolas que se representan con asiduidad para regocijo de mayorías ilustradas. Es más bien experimento extraño, difícil de representar, chocante, a ratos de Alberti, pero que anticipa el gusto por Mihura y Poncela de la posguerra. Me atrevería a jurar, aunque no venga al caso, o sí, que Lorca tiene algo de Chaplin.
Por fortuna, con los años, apareció Camarón y del subtítulo de la tragedia hizo un disco, donde adaptó a su gusto alguno de los poemas y le daba otro aire con falsete, palmas y guitarra.
Por desgracia María de Maeztu no tuvo ocasión de escucharlo, Federico tampoco, y nos quedamos con la duda de saber si se despertaría una o se encabronaría el otro.
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