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jueves, 23 de febrero de 2023

La presentación de Orbis Tertius en la Posada del Potro

Para los pocos, pero entusiastas, comiqueros que existíamos en Córdoba la primavera del 82 la presentación del número 2 de la revista Orbis Tertius significó todo un acontecimiento. No fue mucha la publicidad que desde el ayuntamiento de Córdoba se hizo del acto, o tal vez la suficiente por los medios de los que se disponía y para una actividad cultural que por entonces se consideraba menor, pero por la que la concejalía de cultura del Ayto. de Córdoba, que entonces encabezaba Julio Anguita, apostó como solía por toda aquella manifestación que sonaba a popular o marginal. 

La iniciativa vino de la mano de José María, alias “El Gordo”, dueño de la mítica Librería Totem, cuando aún no lucía en la esquina de ésta el luminoso con el gato de los entrañables personajes de Shelton, Los fabulosos Freak Brothers. De algún modo supo enredar con su característica labia y energía a J. Luis Villegas y también a Miguel Cosano, un prometedor pintor entonces que estaba a la cabeza de la Posada del Potro, la que se convertiría en Ítaca del cómic cordobés por muchos años. Y fue allí donde se celebró la cita, en una de aquellas habitaciones que se abrían a su luminoso pero húmedo patio, lugar de resonancias cervantinas y otras magias.

Ya digo que no fuimos muchos, y que además no nos conocíamos personalmente, pero fue la primera ocasión en la que participamos de un evento de tales características, siendo ignorantes de lo que un año después serían las Primeras Jornadas del Comic de Córdoba.

La revista Orbis Tertius era ni más ni menos que una publicación de aficionados, un fanzín bien impreso que había nacido en Sevilla, (Alcalá de Guadaira), unos años antes, pero que en su segundo número daba un salto enorme en cuanto a calidad de dibujo e impresión con relación al anterior, sin obviar el toque literario que unos de sus guionistas, Costa, siempre supo darle, un guiño a Borges, muy de moda entre los jóvenes ávidos de magia y fantasía que éramos los de nuestra década.

Estos sevillanos vinieron de la mano de un tal Paco Gracia, creo recordar, que tenía una tienda de cómics en Sevilla y mercadeaba con la de El Gordo, con el que se entendía más o menos bien, a ratos. Era un tipo rubejo y barbudo, alto y atractivo, que tuvo la delicadeza en cierta ocasión que le ensené mis dibujos de decirme que los había visto peores.

A la entrada de la posada pudimos disfrutar, mi amigo Domínguez y yo, de los originales de la revista, que a los novatos nos sorprendieron por su tamaño, acostumbrados como estábamos a dibujar en folios, y el empleo de la pluma y el pincel, cuando por entonces nosotros nos apañábamos con el rotulador o el Rotring. Jose ya me había puesto en antecedentes de que habían mejorado mucho.

Los estilos eran muy variados y la temática no menos. Y así fue como conocimos la obra de aspirantes como Hermida, los hermanos Corbacho, Arjona, Cascales, (que dibujaba un guion de Luisa Porras), Molina o Pedro Castro, que había sido finalista en un concurso de Toutain. Y alguno más que me dejo, y que me perdone, pues la memoria es traicionera.

En una pequeña sala de exposiciones, en el piso superior de la posada, se colocaron una mesa y unas sillas, y durante una hora se habló y disertó de cómics y literatura, de si la obra de Borges era fantasía o ficción.

El acto se cerró con la participación de los organizadores. Los comunistas expresaron su deseo de seguir apoyando aquellas iniciativas y José María el de Totem lamentó que hubiese acudido tan poca gente. Afortunadamente, un año después, sus expectativas se vieron superadas por el éxito de las que fueron “Las Jornadas”, por excelencia.

Reunidos los participantes, a la hora de la despedida, en el portón de la posada, tuve ocasión de advertir la presencia de un individuo alto, delgado, coronado por un pelo singular, ya no se si crespo o caracoleado, que exhibía un original donde los personajes más populares del comic internacional posaban en las escalinatas de un templo clásico. Aquel desconocido no era ni más ni menos el motor de lo que se avecinaba, el tipo que marcaría a una generación y nos regalaría un pasado inolvidable.

Esa noche volví andando hasta mi casa, borracho de entusiasmo, loco por tomar los lapiceros y ponerme a dibujar. Era el inicio de una gran aventura.


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