Durante muchos años estuvo rondando por mi casa una foto dedicada de Pedro Carrasco, el famoso boxeador que fue pareja de la no menos popular Rocío Jurado. Era una instantánea del atleta en blanco y negro, donde aparecía sobre el cuadrilátero vestido de pantalón corto y adoptando la característica postura del pugilato.
En la dedicatoria el protagonista agradecía un premio que le habían otorgado por su flamante carrera, más de un centenar de combates victoriosos. Debió de ser por el 1972 cuando se celebró tal evento en Madrid.
Aquella foto estaba en mi casa porque el día del homenaje mi padre y unos amigos se presentaron por casualidad en el local donde se llevaba a cabo. Ellos acudieron a otra celebración, pues el recinto era grande y daba para muchas y simultáneas comilonas. Como era gente alegre y esa tarde noche ya iban un poco trompa, no tuvieron otra ocurrencia mejor que distraer la imagen, que estaba sobre una mesa y rodeada de ramos de flores y otros adornos, mientras el interesado escuchaba discursos y palmas.
El caso es que cuando llegó el momento de los intercambios, la pieza en cuestión no aparecía por ninguna parte, allí se volvieron locos buscándola. La llevaba mi padre oculta bajo el jersey, a la altura de la barriga.
Pedro se movió de un lado a otro, como el que esquiva directos, con el ceño fruncido y gesto de malas pulgas, moviendo sillas y manteles, pero sin resultado, para regocijo de mi padre y sus amiguetes que optaron por salir cuanto antes del ring por si las moscas.
Desde entonces, siempre que venía alguna visita a casa, el retrato salía a la luz y se contaba la anécdota, entre copas y cortezas, con más o menos alguna que otra variación, pero básicamente como la cuento y me cansé de oír.
El relato terminaba siempre con la promesa de mi padre de que se la iba a devolver por correo, y en alguna ocasión lo vi redactando unas letras al respecto, pero el tiempo pasaba y nunca se decidió a cumplirla.
Por desgracia, un sábado de esos que da por hacer limpieza a la judía, terminó haciéndola pedazos y acabó en la basura, triste fin para tan destacado testimonio de la historia deportiva de este país.
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