Regresaba Idomeneo a su patria, victorioso, tras la conquista y destrucción de Troya. La fortuna entonces le fue adversa, Posidón agitó las olas con saña alrededor de su flota. Temiendo por la suerte de sus gentes, y por la suya propia, prometió al dios del mar sacrificar en su honor al primer ser humano que encontrase al desembarcar, si alcanzaba sano y salvo la costa de su reino.
Funesta promesa pues en primer lugar halló a su propio hijo y hubo de cumplir lo prometido.
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