¡Qué viene el lobo!, fue el grito con el que se hizo popular un joven del pueblo, de ánimo alegre y festivo. Su distracción favorita durante un tiempo consistió en provocar la alerta y despertar el miedo entre sus vecinos, cuando no existía el motivo que daba origen a esto. La broma funcionó hasta que, de usarla a deshora y tan a menudo, todos la tomaron por lo que era. Poco a poco sus paisanos, los chicos y grandes, empezaron a saludarlo con la frase que le hizo famoso en la región. Era verlo, cuando asomaba la cabeza por las lomas o se cruzaban con él en el bosque, y lo saludaban así: ¡Qué viene el lobo! Y se reían después de ver la cara que se le quedaba. Algunos incluso imitaban su voz y sus gestos, o lo ridiculizaban. Llegó un momento en que no se atrevió a pisar la calle, por miedo a las burlas y una noche huyó del pueblo para no volver jamás. Se quitó la vida precipitándose por un barranco. Desde ese día, cuando se oyen aullidos por la noche, todos se acuerdan de El Lobo y buscan su silueta en la oscuridad, porque en aquel pueblo jamás hubo lobos y nadie ha tenido ocasión de verlos ni por casualidad.
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