Checa era un segurata que vegetaba en la puerta de la residencia Blume, la de Madrid, y cuidaba de que no se colase ningún sujeto ajeno a la obra, que eran muchos porque allí se juntaban deportistas del extranjero que venían a estudiar a la Complutense y eso atrae a mucho baboso. Checa los despachaba con muy malas formas, pero se distraía con las piernas de las atletas y alguno se le colaban por el lateral. Era un tipo bajito y panzudo al que el traje le venía grande, y le daba mucho calor. Siempre estaba muy sofocado y le sobraban la porra y las correas. Tenía algo en la mirada que lo hacía diabólico, pero que lo mismo era el gesto por sufrir de almorranas por pasar tanto rato sentado a la ventana de la garita. Junto a esta había una máquina de bebidas y en cuanto tenía oportunidad pedía un sorbito de coca o rubia, Seven up o Trina, al que sacaba una. No despachaba al primo hasta que recibía su trago, a dar conversación no le ganaba nadie. Por pesado y carroñero lo conocían en todo el campus.
Un día acudieron unos de un colegio mayor cercano, gente alegre, bienintencionada, maleante y juguetona, ventaneros y bocazas. De ellos, tres de Córdoba, sevillanos otro trío y cuatro de Segovia. Casi como instigados y movidos de un mesmo espíritu, se llegaron a donde Checa guardaba y lo estudiaron a conciencia, con chistes y anécdotas, futbol, rumbitas, menciones a tías buenas y filmes porno, buscándole las vueltas y el modo de sacar partido de su cojera.
Prepararon su broma contando con el apoyo incondicional del compañero con el que Checa se turnaba, que era un tipo espigado y seriote, pero muy hijoputa. Se hicieron con una lata de cerveza, de la que más gustaba a Checa, la vaciaron y se mearon dentro. Y se la dejaron puesta en la tarima donde éste se apoyaba para ver pasar las cachas.
Se llegó el gorrón en cuestión a la hora en la que el compañero salía y aunque vio más gente que de costumbre en la puerta no sospechó.
Ni un minuto tardó en echarle el ojo a la birra de úrico.
- ¿Quién se ha dejao eso ahí? – preguntó alargando la mano sin más preámbulos.
- Ni idea, ahí lleva to la mañana – le respondió el judas.
Y antes de que respirase nadie, que todos la contenían, le dio un tiento como el que se toma un chupito a una.
- Bah. Qué calenturra – dijo el bicho, renegando de ella y asentándola de golpe donde la cogió primero, pero tan ancho.
Y fue tan rápido, y tan sencillo, que nadie de los presentes le pilló el punto a la travesura, sino que unos y otros quedaron mudos y no tardaron mucho en retirarse a sus quehaceres con el rabo entre las piernas; y dejaron al Checa a lo suyo.
- No tiene fuerza. A ver si viene uno y saca otra – quedó rumiando, con los ojos fijos en la tragaperras.
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