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viernes, 14 de octubre de 2022

El baño turco

A Julio Camba, anarquista furibundo en su juventud y columnista del ABC en su madurez, lo envió el diario La Correspondencia como corresponsal a Constantinopla, allá por los inicios del siglo XX, por un asunto en los Balcanes. Una vez que pisó el suelo de la capital turca, el joven gallego, sin detenerse a otra, entró en unos baños de los que allí se usan y se sometió a las expertas manos de un masajista para salir del entumecimiento, del que se sufre tras un largo viaje. El frote enérgico de aquellas garras extrajo unas oscuras tiras de piel del cuerpo del columnista.

- ¿Qué es esto? - protestó éste cuando el otro le mostró el trofeo.

El turco de anchos y corpulentos hombros le miró furibundo desde detrás de sus erizados mostachos, regados por minúsculas gotitas de agua y le increpó.

- Esto, señor mío, es su catolicismo.

O más o menos eso creyó entender Julio, que turco sabía poco. Por lo que guardó silencio hasta que acabaron con él, pero luego no asomó por la mezquita, como no acostumbraba tampoco a hacerlo por la parroquia.


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