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miércoles, 11 de junio de 2025

Lo que queda del recuerdo pompeyano

Un día que visité Pompeya me vine con el recuerdo distorsionado, que es lo que sucede en todos los viajes, que vas con unas expectativas y te traes lo que menos esperabas. Es una pena, pero así es la vida, no siempre impresiona y queda en la nitidez del recuerdo lo que a uno le gustaría. En lugar de los frescos y los mosaicos, los elevados pasos de cebra y las arcadas, las termas o las domus, me traje la estampa de una inglesa muy amargada, que era la de la agencia, el guía que decía ser profesor y se cabreaba si no le atendías, unas catalanas que hacían chistes de todo, pero en castellano, un chileno que hablaba del dinero que ganan los abogados, y quería comprarse un camafeo con el rostro de Augusto, un norteamericano de Harlem muy sonriente con un ventilador de mano, una señora mayor que copiaba cupidos de una pared y conocía al guía, un perro sin dueño que no paraba de seguirnos, unos tipos que me dirigían a un autobús que no era el mío, y otros que me vendían guías de Pompeya, Nápoles o su museo. Y mil detalles de estos o semejantes que son los que cubrieron como las cenizas la ciudad y llenaron la mochila que me traje de vuelta.


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