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domingo, 4 de junio de 2023

El lobo de pega

En los años sin tele de la posguerra, mi padre, para entretenerse, montaba unos belenes de no te menees en las fechas que corresponde. Así echaba el muchacho las tardes en las que se aproximaban las fiestas y no tenía pulgarcitos que leer. Supongo que en la tarea le ayudaría su hermano, mi tío. Reunían cajas, papelotes, palos, piedras, hierbajos, y entre estos colocaban monigotes de barro modelados por ellos mismos, que más o menos recordaban a los protagonistas originales y más populares del magno evento, y de esta guisa montaban el episodió bíblico con su estrella y todo. Su fama por tan singular actividad, por entonces muy generalizad entre el chiquillerío, en la que ponía tanto empeño y cuidado, despertó la curiosidad en algunos y la envidia en otros cuando acudían a casa de mi abuela a saborear el resultado. Y de este modo, un niño pudiente del pueblo, para darle un escarmiento de clase, le invitó a ver el suyo que era obra de imaginero. Cuando mi padre se halló delante de tal tesoro artístico, de no menos calidad que si fuese de La Roldana, no pudo menos que perder el habla y contemplar con admiración y envida el poderío del que hacía gala el señorito. Aquello era un belén de categoría, de esos que parecen italianos por la calidad de la escenografía y piezas; que no faltaba palacio, posada, o pesebre, o personaje del evangelio, canónico o apócrifo, todos cabían en él, con sus romanos a las puertas, Pilatos con toga, Caifás con tiara, las lavanderas con cesto, el leñador con hacha, los reyes con sus camellos, los patos y las gallinas ... Hasta unos corderos lanudos, y un lobo de dientes afilados en lo alto de un cerro. Así estuvo mi padre una infinida de tiempo admirando el espectáculo mientras el propietario lo estudiaba a él con una sonrisilla en los labios, hasta que acudió una sirvienta con la nueva de que lo requería su madre por alguna cuestión de importancia.

- Ahora vuelvo – dijo, dejando plantado al invitado.

Mi padre ni contestó, pues estaba en Babia, o en Belén.

Tuvo así ocasión, tras rastrear desde las nubes aquel panorama, de fantasear con que uno de aquellos borregos, el de la cara más amable, bien podría retozar en el paisaje bucólico que él había montado en su casa; y como el amo tardaba en regresar, sin pensarlo dos veces se hizo con el bicho y le dio cobijo en sus partes masculinas.

Al rato vino el niñato y, aunque de primeras no advirtió la falta, de mucho mirar y remirar, quizás contar, terminó descubriendo la falta de uno del rebaño.

- ¿Dónde está la oveja que falta? – saltó muy cabreado para terror de mi padre.

Y por responder de alguna manera, con la agilidad verbal que da la consumación del delito, no se le ocurrió otra que decir:

- Se lo habrá comido el lobo.

Por lo que, para su sorpresa, el señorito, sin titubear, cogió al lobo con ambas manos, lo alzó en alto y lo estrelló contra el suelo haciéndolo mil pedazos, que se esturrearon y perdieron a lo largo y ancho del suelo de la habitación.

Así aprenderá.

Y con este injusto sacrificio, (el animal no tenía culpa), salvó mi padre su reputación y escapó de aquella casa con su botín.

Al borrego le buscó acomodo entre las cajas de cartón que simulaban un pesebre, junto al niño Dios, y cuando acudían a las visitas, lo guardaba donde sólo él sabía.


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