Del templo romano de Córdoba, el que hace esquina entre Claudio Marcelo y Capitulares, que está pegado al ayuntamiento, contaban, entre otras leyendas, allá por los 80, la del hallazgo de la estatua de un caballo a principios del siglo XX, sin aclarar del todo si era de bronce o mármol. La anécdota salía a relucir a menudo en los baretos y cafeterías que rodeaban la Facultad de Filosofía y Letras, en las tediosas horas de clase que los alumnos preferían evitar, por el poco atractivo del catedrático o la monotonía verbal de la adjunta de turno, y malgastar en distraídas tertulias rodeando tazas de café con leche, azúcar o sacarina. Aquellos estudiantes con espíritu aventurero, que soñaban con descubrir un mosaico como los de Cástulo o destapar la tumba de los califas, que charlaban de libros o discutían de música, cine y política, escuchaban y repetían la manida leyenda, como si fuese una letanía, necesaria y obligada, un código secreto, para formar parte del gremio de los historiadores cordobeses. La historia venía a decir poco más o menos que durante el largo reinado de Alfonso XIII, (algunos la situaban en la dictadura de Primo), hicieron una zanja para levantar un bloque de pisos y, en lo que iban a ser los sótanos del inmueble, bajo una montaña de escombros, descubrieron una enorme estatua de un caballo, magnífica por su factura y clasicismo, obra de un Fidias. Preocupados por la repercusión que pudiera tener el hallazgo en los círculos académicos y, sobre todo, que se parase la obra, el arquitecto o el capataz determinaron que la pieza volviese al lugar de donde había salido, sin darle publicidad, y se construyese encima como si nada hubiese. Pese a la ominosa decisión y los años que habían pasado, la fama hizo su trabajo y todo el mundo en Córdoba sabía que allí estaba enterrada la estatua, esperando que alguien la rescatase del olvido. Hasta tal punto se creyó real la noticia, tantos años repetida, que, una espontánea comisión de alumnos asaltó a Alejandro Ibáñez, profesor de antigua y arqueólogo de la Junta, en los pasillos, para que aclarase el misterio. Por aquel entonces,1986-87, se llevaban a cabo nuevas catas en los cimientos de lo que fue el templo.
- Es muy raro que en aquella época hiciesen eso con una estatua. Pero cuando el río suena… -sentenció.
Por lo que los curiosos quedaron satisfechos y la leyenda a salvo. Fueron a celebrarlo a la cafetería Deanes.
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