José Siles, que era catedrático de Literatura en el Gabriel Cisneros, sito en la capital del reino, envió en cierta ocasión un adoquín, recogido de una barricada arruinada, a un concurso poético de esos que llaman florales.
- Ahí va - escribió en una tarjeta de presentación -, el primer canto de mi poema. Si gusta, les facilitaré el resto.
El resultado es que se lo devolvieron, al mes más o menos, envuelto en papel de color rosado y atado con cinta morada, y adornado con una placa argéntea de estaño donde podía leerse en letras góticas: "Primer Premio".
Lo arrojó por la ventana en un pronto que tuvo y acertó a un guardia en el cogote. Terminó en presidio por revolucionario, a pico y pala en la cantera, componiendo versos de los que acostumbraba para certámenes.
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