Decía Luciano, el de Samósata (s. II d. C.), hablando de la muerte de Peregrino, el falso profeta, que al adúltero se le castigaba con azotes y la introducción de un rábano por el trasero. Del mismo suplicio, o parecido, ya dio antes testimonio Aristófanes, en su comedia Pluto, pero no se cuenta.
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