Gorgias de Epiro, que era hombre esforzado y valiente, no menos ilustre, según las fuentes, nació de su madre muerta cuando llevaban su cuerpo a la pira, para asombro de sus vecinos ante espectáculo tan inusual. El vagido del retoño alertó al sacerdote, que hizo callar a las plañideras y, al avistar la cabeza de aquél, ordenó acudir a la partera, que no daba crédito a lo que acontecía y se hacía la remolona. Así, Gorgias no fue incinerado antes de lo acordado por el Destino.
Lo contaba Valerio Máximo como hecho memorable, en su apartado de milagros, junto a otros, no menos singulares, que merecen la pena ser leídos o mentados.
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