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sábado, 21 de enero de 2017

A la muerte de Alejandro, capítulo eliminado.

Un capítulo del libro de J.F.P.R. Tales que no formó parte de la edición final.

A LA MUERTE DE ALEJANDRO.


Las altas puertas de madera cubierta de frío bronce se abrieron ligeras empujadas por un escondido resorte, como si el viento las empujase.

El ruidoso tumulto de los guerreros se hizo aún mayor pues retumbó en la sala. Pero el jolgorio se apaciguó cuando pusieron la vista en el interior.

Dentro, dos hombres armados se mostraban desafiantes, el uno con la espada apuntando al frente y el otro sosteniéndola sobre su cabeza.

Los macedonios recuperaron inmediatamente, por instinto, la lucidez y arrojaron al suelo las doradas copas llenas de vino que momentos antes bebían con despreocupación, y llevaron sus manos al cinto para empuñar sus afilados puñales.
El silencio se adueñó de la sala Y ni unos ni otros se movían. Solo se observaban en silencio, como si midiesen sus fuerzas.

Fue Alejandro el que dio el primer paso sin titubeo. Tolomeo quiso sujetarlo por el hombro pero no consiguió más que quedarse con el manto púrpura que lo cubría en la mano.

Como la punta de flecha avanza primero, así lo hizo el jefe seguido por su pelotón de camaradas.

Caminaron cautelosos hasta no estar a más de diez pasos del enemigo.

-Sólo son estatuas, - gritó el rey.

Confundidos, los guerreros se relajaron, respiraron aliviados y alguno miró con fastidio el lugar donde las copas habían derramado el vino.

Tolomeo confirmó la opinión de su líder, - sí, pero obra de un artista griego, por la hechura.

A continuación, ya más tranquilos, recorrieron con la vista el espacio que tenían delante y descubrieron que toda la sala estaba repleta de estatuas.

Un hombre surgió de las sombras y fue a arrodillarse delante del divino. Tras apoyar su frente el en suelo, se alzó y habló al monarca sin mirarle a los ojos, tapándose la boca con una mano.

-Mi señor, en esta sala los reyes guardaban los mejores tesoros artísticos que de los pueblos sometidos habían sustraído tras múltiples batallas, como recuerdo de sus victorias. Estáis en el museo real de Susa.

Un murmullo de asombro levantó el vuelo.

-¿Y estos dos guerreros a quién representan? ¿Cuál es su procedencia? - Consultó Alejandro, admirado por su realismo.

-Son los tiranicidas, señor, los dos jóvenes que en Atenas acabaron con la dictadura de los hijos de Pisístrato, Hipias e Hiparco.

-¡Harmodio y Aristogitón! Son ellos.

La voz de Calístenes, el cronista oficial, tronó en la sala y todos giraron la cabeza para verlo entrar por la puerta acompañado de Anaxarco.

- Estas estatuas estaban en Atenas, Y Jerjes las robó tras destruir la acrópolis, como tantas otras que aquí reposan.

Alejandro escuchó atento al sabio. Y reaccionó veloz como acostumbraba a hacer.

- Justo es que regresen a la patria que las vio nacer. Haced que las devuelvan de inmediato.

Esta vez fue Anaxarco, el escéptico, el que se atrevió hablar.

- Señor, esos guerreros son símbolo de la democracia en Atenas. Su devolución sería un regalo para Demóstenes y sus partidarios.

El rey pareció meditar un instante, mas respondió.

-Alejandro no teme al bronce, - dijo refiriéndose a las imágenes. - Y tampoco a las palabras de un hombre. Atenas merece a sus héroes y Alejandro será el héroe que los rescató del tirano persa.

Así habló el joven y los viejos callaron.




1 comentario:

Morrigang dijo...

Pues si lo dice James Cameron en nada tenemos un peliculón de 15 horas http://www.elmundo.es/cultura/2016/06/15/57609f1de2704ebb738b461d.html