Un capítulo del libro de J.F.P.R. Tales que no formó parte de la edición final.
A
LA MUERTE DE ALEJANDRO.
Las
altas puertas de madera cubierta de frío bronce se abrieron ligeras
empujadas por un escondido resorte, como si el viento las empujase.
El
ruidoso tumulto de los guerreros se hizo aún mayor pues retumbó en
la sala. Pero el jolgorio se apaciguó cuando pusieron la vista en el
interior.
Dentro,
dos hombres armados se mostraban desafiantes, el uno con la espada
apuntando al frente y el otro sosteniéndola sobre su cabeza.
Los
macedonios recuperaron inmediatamente, por instinto, la lucidez y
arrojaron al suelo las doradas copas llenas de vino que momentos
antes bebían con despreocupación, y llevaron sus manos al cinto
para empuñar sus afilados puñales.
El
silencio se adueñó de la sala Y ni unos ni otros se movían. Solo
se observaban en silencio, como si midiesen sus fuerzas.
Fue
Alejandro el que dio el primer paso sin titubeo. Tolomeo quiso
sujetarlo por el hombro pero no consiguió más que quedarse con el
manto púrpura que lo cubría en la mano.
Como
la punta de flecha avanza primero, así lo hizo el jefe seguido por
su pelotón de camaradas.
Caminaron
cautelosos hasta no estar a más de diez pasos del enemigo.
-Sólo
son estatuas, - gritó el rey.
Confundidos,
los guerreros se relajaron, respiraron aliviados y alguno miró con
fastidio el lugar donde las copas habían derramado el vino.
Tolomeo
confirmó la opinión de su líder, - sí, pero obra de un artista
griego, por la hechura.
A
continuación, ya más tranquilos, recorrieron con la vista el
espacio que tenían delante y descubrieron que toda la sala estaba
repleta de estatuas.
Un
hombre surgió de las sombras y fue a arrodillarse delante del
divino. Tras apoyar su frente el en suelo, se alzó y habló al
monarca sin mirarle a los ojos, tapándose la boca con una mano.
-Mi
señor, en esta sala los reyes guardaban los mejores tesoros
artísticos que de los pueblos sometidos habían sustraído tras
múltiples batallas, como recuerdo de sus victorias. Estáis en el
museo real de Susa.
Un
murmullo de asombro levantó el vuelo.
-¿Y
estos dos guerreros a quién representan? ¿Cuál es su procedencia?
- Consultó Alejandro, admirado por su realismo.
-Son
los tiranicidas, señor, los dos jóvenes que en Atenas acabaron con
la dictadura de los hijos de Pisístrato, Hipias e Hiparco.
-¡Harmodio
y Aristogitón! Son ellos.
La
voz de Calístenes, el cronista oficial, tronó en la sala y todos
giraron la cabeza para verlo entrar por la puerta acompañado de
Anaxarco.
-
Estas estatuas estaban en Atenas, Y Jerjes las robó tras destruir la
acrópolis, como tantas otras que aquí reposan.
Alejandro
escuchó atento al sabio. Y reaccionó veloz como acostumbraba a
hacer.
-
Justo es que regresen a la patria que las vio nacer. Haced que las
devuelvan de inmediato.
Esta
vez fue Anaxarco, el escéptico, el que se atrevió hablar.
-
Señor, esos guerreros son símbolo de la democracia en Atenas. Su
devolución sería un regalo para Demóstenes y sus partidarios.
El
rey pareció meditar un instante, mas respondió.
-Alejandro
no teme al bronce, - dijo refiriéndose a las imágenes. - Y tampoco
a las palabras de un hombre. Atenas merece a sus héroes y Alejandro
será el héroe que los rescató del tirano persa.
Así
habló el joven y los viejos callaron.
1 comentario:
Pues si lo dice James Cameron en nada tenemos un peliculón de 15 horas http://www.elmundo.es/cultura/2016/06/15/57609f1de2704ebb738b461d.html
Publicar un comentario