Tengo un amigo empeñado en que suba la escalera. Siempre que me lo encuentro me insiste en aquello de pasarnos una noche por un local de esos tan luminosos de las carreteras, lejos, donde no nos conozcan. A ojear, dice. Me recomienda que una vez dentro mire sin ser visto, que no cruce miradas con nadie, que, como me descubran mirando con descaro, van a venir derechas y me van a tocar con desparpajo las partes, y entonces voy a estar perdido. Yo le digo que vale, que algún día, pero sin dinero, para no caer en la tentación. Y el me dice que no, mejor con pasta porque si entra la gana no es conveniente en esos sitios tirar de la tarjeta. Menos mal que entre cerveza y cerveza la conversación decae, y pasa a otros temas. No quiero quitarle la ilusión al muchacho. A ver como le explico que yo de cintura para abajo estoy más bien muerto. Ganas no tengo muchas y motivación para empezar con el viagra tampoco. Es dura la vida del cuarentón, y jodida, si pagas para que se rían de ti. En fin, al menos, dándole largas, las tapas me salen gratis.
El dibujo de arriba es del Painter, otro amiguete, salidísimo también.
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