Era uno de tantos germanos que quería emigrar al corazón del Imperio. Pero a diferencia de sus rudos hermanos, que buscaban un trabajo como seguratas, él sólo ansiaba tomar unos baños en las termas de Caracalla. Pues un pariente suyo que había emigrado antes a Roma le había contado lo calientes que podrían llegar a ser los baños en aquella ciudad. Y Ruderico, que así se llamaba, no encontraba el momento para saltar el limes y sumergirse en la piscina pública del César. Y es que lo del frío del Norte siempre lo llevó muy mal, y tampoco se entendía muy bien con sus primos, que todo era uno.
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