Una de las grandes decepciones que me dio la vida fue aquella en la que fuimos de vista a casa de unos amigos de mis padres, que hacía tiempo que no se veían. Calculo que yo tendría unos 14, edad compleja donde las haya. Esta familia tenía unos hijos que yo conocía de años atrás y suponía que su aspecto no habría variado, porque cuando uno es niño ignora que uno y el resto van cambiando, envejeciendo, vamos. La historia es que fuimos a comer a su casa, echar el día, porque además tenían piscina, por lo que sospecho que era verano. Reconocer a los padres no fue problema, pues los adultos cambian más despacio, pero los retoños ya no eran los mismos. El amigo estaba más alto, pero a la hermana le habían crecido unas tetas enormes, y yo no estaba preparado para tal sorpresa. Me quedé tan intimidado que ese día me recluí en el salón de la casa de esta familia, sin atreverme a salir. Y aunque venían a buscarme mis padres o sus amigos a ver qué hacía, no fueron capaces de hacerme mudar de parecer. No era cuestión de dar más explicaciones. Desde la ventana de la habitación, con la persiana bajada casi hasta abajo, miraba de cuando en cuando a mi amiga, que estaba en biquini, y me acobardaba más todavía. Envidiaba a mis hermanos, que se bañaban tan alegres, ajenos al drama que me carcomía. Para matar las horas, que pasaron muy despacio, empecé a escrutar la biblioteca, que era de campeonato, y, por los títulos, muy sugestiva. Enciclopedias y obras completas de autores célebres. Llamaban con descaro a la consulta. La sorpresa vino cuando al querer hacerme con alguno de aquellos volúmenes descubrí que no eran libros, sino bloques de adorno, que estaban huecos por dentro. Aquel hallazgo fue un choque inesperado. Yo no sabía que existiesen tales trampantojos, salvo en la pintura. Dedique el tiempo a tomarlos uno por uno, por si el primero fue cosa de la casualidad, que eran de grupos de cinco o seis, y no conseguí hallar más que una Biblia de verdad y alguno insulso de tema intrascendente. Ese día, pese al desengaño, ni acudí a comer cuando me llamaron, persistí en mi retiro voluntario, confundido y sin otra lectura que la del libro de Samuel, David y Betsabé, cuyo busto no he conseguido olvidar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario