A Rosita Díaz Gimeno, estrella del cinematógrafo, la habían detenido los rebeldes facciosos en Cádiz mientras rodaba una película.
Aprovechando que las comunicaciones aún no se habían cortado, el doctor Negrín llamó por teléfono al general Queipo de Llano.
- Queipo al habla.
- General, tengo un asunto importante que tratar con usted.
-
- El motivo de mi llamada es otro.
- Explíquese.
- Quiero que libere a Rosita Díaz.
- No me venga con esas.
- Es una cuestión personal.
- Hay asuntos más serios.
- Quiero proponerle un trato.
- ¿Qué trato?
- Rosita por José Antonio.
- …
- ¿General?
- Sigo al aparato.
- ¿Qué dice?
- Que es usted un imbécil.
- Creo que es un trato justo.
- Todavía me duelen los puñetazos de ese energúmeno. Por mí que se pudra en la cárcel de Alicante.
- …
- ¿Algo más?
- General, confío en que a Rosita no le suceda nada.
- Eso dependerá de lo que usted haga.
- Deme su palabra de militar.
- Ya está todo dicho, doctor. Tengo cosas más importantes que hacer que ocuparme de su nuera. Adiós.
- Adiós.
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