De los numerosos anuncios que en los últimos meses recibo en las redes sociales, sobre todo de gente que quiere ayudarme a escribir y a hacerlo bien, (por algo será), me ha llamado poderosamente la atención el de un campamento de escritores.
No sé exactamente en qué consiste tal fórmula, pero la propuesta es evocadora. Me ha traído a la memoria aquellos campamentos de verano donde a los alumnos de 5º de EGB nos reunía la iniciativa del Estado y el beneplácito de nuestros progenitores, justo al inicio de lo que se llamó Transición. La experiencia consistía en pasar un par de semanas, tres quizás, conviviendo en unos barracones, en contacto con la naturaleza y expuestos a realizar interminables marchas por el monte. Grandes son los recuerdos que guardo de aquella singular aventura: el repugnante sabor del puré de patata de la cena, lo fría que estaba el agua de una laguna de Cercedilla, la visita obligada al Valle de los Caídos y El Escorial, y la ruina de lo que en otro tiempo debieron ser los campamentos de la OJE. Tenía su encanto ver tanto pino creciendo entre los pabellones en ruinas o ver los círculos donde estuvieron las tiendas de campaña cubiertos de maleza, alrededor de un mástil huérfano de bandera. O una piscina en mitad del bosque, llena de agua verde.
Otra impresión inolvidable es la que me produjo una tarjeta que me pasó mi compañero J. Ramos, al que apodábamos El Loco. En ella podía leerse: Amnistía, (y verse unas manos nervudas que se agarraban a unos barrotes).
- Por esto te pueden meter en la cárcel - me aseguró y él lo sabía bien, y yo pensé en lo de su padre.
Creo que ya tuve bastante campamento. Otro día contaré mi mili, que todo se vuelve literatura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario