Fue un semidiós que estaba en su ocaso. Se le acababa el mito por donde había paseado y hecho heroicidades sin descanso. Blandía su hacha como tantas veces dispuesto a matar a alguna que otra bestia salvaje que asediase el reino. Pero, pese al esfuerzo, los poetas ya se habían cansado de él. Y en lugar de matarlo, lo olvidaron, que más o menos vino a ser lo mismo. Poco a poco se fue difuminando y confundiendo con el paisaje. Al final no era más que una piedra más en el monte, aunque muy bonita por su forma caprichosa.
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