Cuenta otra leyenda, existen varias, que Sigfrido, antes de los nibelungos, mató a un dragón enfermo, constipado. Éste no nadaba en oro como un primo suyo lejano, por lo que se deduce que era humilde o no tan avaricioso como su pariente. Por lo que dicen, no escupía fuego, a lo sumo lanzaba algún que otro gargajo verdoso, eso, sí, muy pegajoso. Andaban los habitantes del reino muy descontentos con el bicho en cuestión pues más de uno había muerto del veneno de los esputos y ofrecieron una importante cantidad de cerveza, doce barriles, a aquel que los librase de los mocos del reptil. Se asomó Sigfrido entonces, que aún no era vulnerable, y aceptó las condiciones de los campesinos, pues en aquel lugar todos se dedicaban a las labores del campo, que lo recibieron alborozados, confiados en que mataría al dragón.
Subió Sigfrido a la colina donde el lagarto tenía su guarida. El dragón, que andaba muy malito, lanzo tres flemas sin puntería. Sigfrido las esquivó y de un lanzazo en el costado izquierdo lo dejo tumbado cuan largo era sin ganas de moverse en adelante.
La noticia corrió como la pólvora, aunque no la habían descubierto aún los chinos, y los vecinos acogieron al héroe sin mucha ilusión, pues adivinaban que ese año no podrían pillar una buena cogorza el día del patrón. Pero he aquí que Sigfrido les dijo que era abstemio, al menos en esos días, y los hizo muy felices. Como recompensa improvisaron unos patucos de lana, tres, para que no pasase frío en el camino de vuelta, y por eso se sospecha que la historia es apócrifa. Y poco más.
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