Era la hora, todo hay que decirlo, de iniciar una aventura. La montura lista, las armas a la vista. Y, conservando la fiereza en el rostro, buscar un objetivo no muy lejano, ya fuesen gigantes o enanos, dragones o magos. Cuan vasta parecía entonces la estepa, no existían más límites que los que la vista ofrece. Y si el botín conseguido era mucho, mejor arrojarlo a un pozo profundo para que no se convirtiese en un estorbo. Lo importante era cabalgar en pos de la quimera.
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