Marco Porcio Ladrón era maestro de oratoria en Córdoba y su fama llegaba hasta Roma, que como tal lo tuvo Ovidio. En cierta ocasión, se vio envuelto en un litigio y a mitad de su discurso se quedó sin palabras. Los jueces, por deferencia, se trasladaron con él a su escuela para que reanudase allí su exposición y ésta fue tan brillante que salió airoso del trance.
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