Heliogábalo, el emperador, se hizo nombrar reina de Roma. Se trajo la piedra cónica del santuario de Emesa para pasearla por la ciudad imperial montada en un carro del que tiraban seis caballos blancos. Dión Casio afirma en sus textos que se ponía pelucas y se pintaba los labios. Y que se hacia pasar por prostituta en las tabernas próximas a palacio.
Un día estalló una revuelta y los pretorianos lo descuartizaron, a él y a su madre. Sus restos fueron arrojados al Tíber.
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