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domingo, 21 de junio de 2009
Recordando el Salón.
viernes, 19 de junio de 2009
miércoles, 17 de junio de 2009
Pacto germano-soviético.
Se presentó el embajador alemán von ¡heil! Ribbentrop, Joaquín en casa, en la plaza Roja de Moscú un miércoles del 39 a la hora de la siesta. Colgaban de las paredes de los edificios del Kremlin imponentes banderas con cruz gamada sobre fondo granate que los bolcheviques, con las prisas o malicia, habían bordado del revés.
Después de andar muchos pasillos taconeando al modo nazi, el embajador, sus subordinados y una legión de auténticos comunistas, llegaron a la puerta de un despacho donde le aguardaban dos superviventes de la revolución del 17. En aquel vagón de mercanciás el germano estrechó su mano al ministro soviético de exteriores, Molótov, y miró con aprensión el rostro aviruelado de Pepe Stalin. Sobraban los preámbulos.
-El Führer me ha autorizado a proponerle un pacto de no agresión entre nuestras naciones que dure cien años.
- Si decimos tantos la gente va a reírse de nosotros, pongamos diez.
-Bueno déjeme usted telefonear a ver que me dicen.
-Entiendo.
Y le pasaron un teléfono prehistórico comunista.
-Heil mi Adolf! Diez años. Sí mi Führer.- Colgó- Acepta.
-Llevamos años tirándonos mierda a la cara y ahora, de la noche a la mañana, queremos que todos crean que nos hemos perdonado.
- Bueno, yo, mi Führer...
Entonces entró una señora con un pañuelo rojo a la cabeza y una bandeja de dulces, caviar, pinchitos y vodka, mucho vodka.
-Brindemos por el nuevo antikominternista Stalin, camarada.- Y se atusó el bigote.-Viva mi gran amigo Adolf Hitler.
Entonces Ribbentrop se sintió más cómodo en su traje, le puso a Pepe delante un mapa de Polonia y juntos pasaron la tarde jugando al estratego, antes de acabar con el vodka y cepillarse a la del pañuelo.
viernes, 12 de junio de 2009
sábado, 6 de junio de 2009
Tolerancia en la Córdoba califal y olé.
viernes, 5 de junio de 2009
Foto killer al completo.
jueves, 4 de junio de 2009
El obelisco etiope.

A la orden del Duce, el pueblo italiano se lanzó a la conquista del Mediterráneo que por herencia romana le pertenecía, decía aquel, y terminó conquistando las arenas de Etiopía.
Aquello fue un paseo.
A semejanza de los césares de Roma con los egipcios, mandaron los generales fascistas como trofeo a la capital un obelisco etiope, para que los camisas negras desfilasen a su sombra mientras Mussolini marcaba papada y apoyaba sus puños en las caderas.
Emilio Graciani, veterano de la campaña, se jactaba de la proeza. Y abucheó al rey etiope Haile Selassie cuando éste solicitó el amparo de la Sociedad de Naciones.
Después lo enviaron a España a luchar contra el rojerío. Pero los comunistas no tiraban con lanzas. En Guadalajara las cosas se pusieron muy negras y los italianos echaron a correr. Y para colmo, el Duce, hecho una furia, quería fusilarlos por cobardes.
Al final se conformó con marcar el uniforme de los huidos con una enorme mancha negra en la espalda.
Un día Graciani volvió a Roma todo manchado y se acercó a observar el obelisco, para sentirse orgulloso de algo. Le dio la sensación de que se le venía encima. No le dio importancia entonces, empezaba una guerra más gorda.