Dieron parte al alférez de complemento de la visita inminente del Tcol. Y estando el teniente de permiso, el oficial de mayor rango para la recepción era él. Como a la autoridad competente se la saludaba con sable, el joven estuvo practicando los días previos los movimientos precisos para cumplir con la obligación.
Llegó la fecha prevista y la primera
orden directa del superior al alférez fue la de no saludar con el arma blanca,
que fue para el último una decepción por lo mucho ensayado. Al toque de corneta
presentaron armas los soldados y se inició la revista al campamento. La
comitiva recorrió las instalaciones, deteniéndose el Tcol donde le parecía
apropiado, con las manos a la espalda, sin dejar de lucir la panza. Cumplida la
obligación, se retiraron al comedor a dar cuenta del rancho que para la ocasión
se había dispuesto, nada que ver con el habitual, sino más lustroso y
nutritivo.
Fue en el momento de los postres, una
vez que se había dado cuenta de los licores, cuando el Tcol quiso sincerarse
con el alférez, y fue a explicarle la razón de alterar el protocolo.
- No hace mucho visité otro cuartel. Y
allí me recibió uno como usted. Al levantar el sable me arrancó la gorra, que salió volando, y
cuando me agaché por ella, él lo hizo también, y lo que conseguimos ambos fue
un chichón. Desde entonces, si descubro que el que está al mando es un alférez,
evito el saludo.