Ron Jeremy humanizaba el porno. Era algo así como la figura del gracioso en el teatro del Barroco que, al irrumpir entre los nobles o dioses del Olimpo con sus giros y chicotas, le aportaba credibilidad a la posibilidad se ascender en la escala social y disfrutar el sexo para ricos. El intermediario entre el hombre de la calle y la divinidad de Venus, un Mercurio para pobres, vamos. De este modo cualquier consumidor de pornografía, tomándolo como ejemplo, podía soñar con la posibilidad de rodearse de beldades y hacer el triple salto mortal sin necesitar de viagras ni miedo a romperse la crisma. Era un tipo que generaba simpatía al aparecer por donde menos podía imaginarse uno, y ponerse a funcionar con más gracia que cualquier musculitos.
A Ron Jeremy dejamos de verlo en el porno, porque se fugó a la serie B, y empezó a hacer otros papeles algo más serios, sin el mismo éxito que en su anterior etapa. Todo el que lo veía fuera de su ambiente sospechaba que echaba en falta sus affaires con las starlets del X.
Desde que Ron perdió juventud y fama se le han acumulado denuncias y juntado días de cárcel. Igual, después de estas, escribe sus memorias y vuelve a hacerse rico. Es posible que Hitler, en caso de haber coincidido ambos en el tiempo, le hubiese librado de ir a un campo de concentración, por lo de ser judío, más que nada gracias a su pintoresca carrera. Existe una comunidad hebrea en los EEUU que ha propuesto que le hagan un injerto de prepucio para que deje de ser judío. El mundo va muy, pero que muy loco.