Seguidores

miércoles, 1 de enero de 2025

Los desayunos del padre

De lo más traumático de lo que llaman infancia era el día que mi madre amanecía enferma y mi padre nos preparaba el desayuno. No era complicado: un tazón de leche con galletas María. No hay otro más delicioso, puedo jurarlo. Pero por alguna extraña razón mi padre lo convertía en un engrudo repugnante, apto para pegar papel en las paredes. Era patético verlo intentar desenvolverse en la cocina, y no acertar a encontrar una cuchara. Estaba tan perdido que no nos provocaba sino más incertidumbre, la sensación de estar al borde de un profundo precipicio. Calentaba la leche hasta que se desbordaba, y llenaba los tazones de nata y galleta hecha papilla. Comer aquel menjunje se convertía en un suplicio, por lo que quemaba y la espesura de la que gozaba, (es increíble descubrir en qué pueden convertirse unas simples galletas mojadas en leche), y todo ello acompañado de regañinas y amenazas, el recuerdo del hambre después de la guerra o la que pasaban los niños de África, y algún que otro cogotazo, por no comer. Después nos asomábamos al dormitorio a ver cómo seguía la convaleciente, deseando que se se restableciese cuanto antes. En ocasiones, afortunadamente, si estaba una abuela en casa, la primera comida del día pasaba el examen porque, aunque novedosa en las formas y los productos, resultaba sabrosa.


No hay comentarios: