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domingo, 6 de septiembre de 2020

Pepita Peña


Josefa Peña, Pepita Azcarate, fumaba en público y eso estaba muy mal visto entonces, lo ponía Galdós en sus libros para desacreditar a las que lo hacían. Era mejicana, pero venía de Francia, o quizás de Inglaterra. Acababa de rescatar a su marido, casi 40 años más viejo que ella, de la prisión de Santa Margarita, una pequeña isla cercana a Cannes.
El mariscal François Achille Bazaine, Aquiles, tan amigo de Napoleón III, había sido acusado de traición y condenado a muerte, (conmutada por 20 años de cárcel después), por la desafortunada campaña de Metz, durante la Guerra franco-prusiana (1870-71). Pepita sobornó a los guardias y su marido se descolgó desde la torre donde estaba preso con la ayuda de una cuerda. Ambos huyeron después en un barco adquirido en Génova.
Verla cruzar la Puerta del Sol era un espectáculo, los hombres se rendían a sus pies y las mujeres no se lo perdonaban. En las cenas y bailes de la alta sociedad era la más moderna, la parisiense, la que llamaba la atención y fijaba modas.
Un día se enteró de que su marido le era infiel con una institutriz alemana, ¡alemana!, la de sus propios retoños; el viejo se había pasado al enemigo, sentenció.
Hizo las maletas y lo dejó plantado, regresó a Méjico en compañía de sus tres hijos.
Bazaine pudo ser emperador de Méjico. Murió en España pobre y ciego. Olvidado también. Lo enterraron con el uniforme de gala que aún conservaba, cubierto de medallas imperiales.