Cuentan las fuentes que en una de las alas del palacio de los califas de Córdoba, situado al oeste de la mezquita, se encontraba la Gran Biblioteca, superior en volúmenes a la de Medina Azahara, y de mayor antigüedad. Allí se reunían miles de manuscritos. Los gruesos muros la aislaban del bullicio del exterior, y las arcadas que facilitaban la comunicación entre sus habitaciones y el patio interior permitían escuchar el sonido del agua de los surtidores y canales que lo recorrían, y el canto de los pájaros. Las paredes de las salas de lectura del edificio estaban pintadas de verde, por ser este el color que los cordobeses estimaban más adecuado para inducir a la lectura. En sus talleres se enseñaba caligrafía y encuadernación, pero también gramática y poética. Más de un centenar de mujeres se encargaba de hacer copias de los textos, con una cuidadosa letra, que se vendían al público curioso y erudito venido de todas partes del mundo conocido: Europa, África y Asia. De entre ellas destacaba Fátima La Vieja, que dedicó su vida a la escritura y murió virgen. Para los más ignorantes se disponía de lectores e incluso de ediciones de los textos en varias lenguas. Un eunuco se encargaba de exponer el índice donde se reseñaban los títulos almacenados, para satisfacer los deseos de estudiosos y posibles compradores. Los libros estaban disponibles en piel de gacela, pero también en papel, siglos antes de que los italianos generalizasen su uso. La vieja biblioteca pasó al olvido y hoy solo puede visitarse en sueños, como cuento de mil y una noches.
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domingo, 5 de enero de 2025
La Gran Biblioteca de Córdoba
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