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miércoles, 22 de enero de 2025

Cuando El Prado era de pocos

En los años en los que en el Prado éramos pocos los visitantes, fechas en las que teníamos oportunidad de quedarnos solos contemplando un Tiziano, el museo tenía algo de casa abandonada, de cuento de brujas, e incluso podías perderte, sin pretenderlo, hasta en un cuadro de El Bosco. De tal modo que, con mala suerte, no tropezabas con las salas de los frescos de Goya, los de la Quinta del Sordo, o no advertías la existencia del gabinete de esculturas grecorromanas, que se trajo Velázquez de uno de sus viajes a Roma, como souvenir. Podías incluso no dar con el urinario. Es por todo ello que ahora, cuando ves esas colas, como de frailes en claustro o reclutas que esperan el uniforme, que dan dos vueltas al museo, se te quitan las ganas de pasear por dentro y lo haces por el paseo de enfrente, que está menos concurrido y te permite imaginar que te vas a cruzar con un Pío Baroja con boina o un Valle Inclán barriendo hojas, o una Nadiuska cualquiera, aunque todo queda en deseo porque no tropezarás ni con hinchas de equipo alguno que, por otra parte, es cosa de agradecer.


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