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lunes, 6 de enero de 2025

Oro nazi. Capítulo 28. El encargo.



Don Simón, el boticario, lo identificó de inmediato pese a su nueva indumentaria, especialmente por el maletín que llevaba en una mano, que fue lo que avivó su interés. Lo vio pasar por delante del escaparate. Sin dudarlo un momento se deshizo de la bata, colgó el cartel de cerrado en su establecimiento y salió tras él. Como advirtió que el de La Política se encaminaba al cuartel, apretó el paso para ponerse a su altura y hacerse el encontradizo. No estaba dispuesto a perder al pájaro.

- Disculpe. Me llamo Simón. Soy el farmacéutico – dijo nada más llegarse a él.

- Buenas – respondió Romerales algo desconcertado por el atrevimiento del otro, que no conocía y al que dedicó un repaso visual sin embarazo alguno.

- Quería comentarle una cosa. Es importante.

- ¿Qué cosa?

- Sobre el asunto del alemán. Ya sabe.

Romerales se detuvo y puso el foco de su atención en el que le abordaba. Le produjo la sensación de encontrarse ante una persona con cierta distinción. La revelación le había despertado del ensueño en el que se encontraba. Aquello sonaba interesante.

- ¿Tiene algo que decirle a un representante de la ley? – preguntó, con media sonrisa, inmerso ya en el personaje cinematográfico que gustaba de interpretar.

- Por supuesto. Pero sígame, es algo que no conviene exponer en un lugar tan concurrido – le respondió y le indico que le acompañase.

Para Bartolo también fue una sorpresa la aparición de El Pistolas en la plaza. Reconoció su estampa sin titubear. Nada más identificarlo dejó la garita y fue a largárselo a su superior. El catalán repasaba el diario y se tomaba una copita de coñac en su despacho, por prescripción médica.

- Jefe … Mi sargento. No se va a creer quién viene por ahí.

Antonio tuvo un mal pálpito. La herida del brazo empezó a dolerle.

- No me jodas – se levantó de la silla de un salto y abandonó el despacho.

- ¿Dónde vas? – exclamó su mujer que ya lo interceptaba por el pasillo -. El teniente médico te ha ordenado reposo.

Pero no podía detenerlo nadie. Sin embargo, cuando llegó al portón de entrada y recorrió la plaza con los ojos no lo identificó entre la gente.

- No lo veo.

Bartolo se rascó la cabeza bajo el tricornio.

- Yo tampoco. Pero juraría que era él, por la forma de andar, y venía derechito al cuartel.

Antonio lo censuró con la mirada.

- A ver si estamos más atentos. No estoy para bromas.

No había sido confusión del guardia sino realidad, pero don Simón ya había captado a El Pistolas como queda dicho y lo introducía en su tienda con la sugerencia de proporcionarle una importante información.

Romerales se dejó agasajar, le gustaba sentirse importante. Se paseó por el interior con la chulería que le caracterizaba, igual que si tomase posesión del establecimiento. Se puso a mirar los estantes, como si buscase la pista de un crimen inconfesable. El olor a medicinas pareció estimular su imaginario olfato.

- Un lugar muy interesante. Muy ordenado y limpio. ¿Es usted el propietario?

- Sí. Me alegro de que aprecie la disposición de los productos.

Tras el reconocimiento de la botica, Romerales se quitó las gafas de sol, entornó los ojos y, adoptando una actitud de cazador astuto que contempla a su presa, quiso saber la razón de tanto misterio.

- Usted dirá.

Simón no se dejó intimidar más que en apariencia.

- Llevaba un tiempo esperando la oportunidad de entrevistarme con usted, pero me ha sido imposible conseguirlo antes. Le he visto muy ocupado y no quería entorpecer su labor.

- Ha tenido suerte, tenía intención de tomar la próxima Alsina – respondió el otro, para dar a entender que era un hombre ocupado.

- ¿Sí? Me alegro. Pero, póngase cómodo, puede dejar ese pesado maletín en esta silla, la tengo para las clientas – le sugirió mientras se la facilitaba.

El de La Política no puso objeción a la oferta. Así pudo llevarse las manos a la cintura para, echando atrás el faldón de la chaqueta, dejar a la vista el mango de la pistola.

- Bien. Explíquese. ¿Qué sabe del alemán?

- Más de lo que se imagina. Yo era la persona que le ayudo a buscar alojamiento. A él y al otro. El que falleció ayer en el tiroteo.

A Romerales, que tenía en principio intención de hacerle alguna pregunta sobre los aludidos, se le encendieron todas las alarmas.

- ¿Qué sabe del tiroteo?

- Bueno, lo que todo el mundo. Que el tuerto murió.

- ¿Se tiene noticia de por quién fue abatido?

- Hay muchos rumores – respondió Simón con cautela -. Pero nadie quiere hablar, todo el mundo prefiere evitar problemas.

- ¿Se dice algo de mí?

Aquel interés por la muerte de Klaus animó a Simón a incidir en el tema, con el propósito de distraer a El Pistolas. Nada mejor que recurrir al alago para seducir a un vanidoso.

- Todo el mundo celebra su valentía.

Aunque no era exactamente lo que quería escuchar, Romerales se sintió satisfecho por el dato que le facilitaba.

- ¿Todo el mundo?

- Sí, la gente del pueblo. Se está comentando en todas partes, es la comidilla del día - aseveró.

Buscando el modo de confirmar la sospecha que le venía corroyendo todo el día, Romerales hizo la pregunta de otra forma para oír lo que deseaba.

- ¿Hubo testigos?

Simón presintió, por la deriva de la conversación, de que a Romerales le preocupaba algo; lo leyó en su rostro. Revisó en la memoria lo que llevaban hablado y creyó dar con la clave. Decidió jugársela para tantear su reacción. Con avidez se volcó por la vía que se le abría.

- Por supuesto, varios. Claro que … Hay quien afirma que disparó otra persona …, que no fue usted – añadió, dejándolo caer.

Aquello fue suficiente para que El Pistolas diese una patada en el suelo, apretase los puños y saliese disparado de la tienda, sin acordarse de lo que dejaba atrás. Simón no esperaba una resolución tan rápida del desafío que se había propuesto y celebró conseguir el maletín de una manera tan sencilla.


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