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sábado, 4 de enero de 2025

La cabalgata del camello hambriento

Para cabalgata de reyes aquella de Madrid que tuvimos ocasión de ver en la Plaza Mayor, al amparo de los soportales, yo diría que fue en el 70, porque mi hermano era muy pequeño y acostumbraba a ir en brazos. El gentío era impresionante y la rivalidad por ocupar la primera fila muy reñida, no se respetaba la edad, sino que aquello era un sálvese quien pueda. De este modo, una pareja muy peripuesta de mediana edad se nos coló delante. Se añadía el hecho de que llovía a ratos y un señor se quejaba de que le habían metido la varilla de un paraguas en el ojo y otro muy chuleta no se hacía responsable. Mi tío Antonio pescó un hueco pese a la dificultad y, actuando de parapeto, me permitió estar delante de la multitud; mi madre y mi tía quedaron en un segundo plano tras nosotros y se fueron relevando a la hora de alzar a mi hermano para que no perdiese detalle, como si fuese un monito que cambiase de rama. Mi padre se entrampó buscando aparcamiento y no pudo sumarse a nosotros hasta que la policía urbana cerró el paso de la comitiva pisoteando las boñigas de los animales. 

La anécdota surgió cuando en el entusiasmo que precede a la llegada de los reyes, mi hermano identificó a uno de ellos y, sorprendido, alzó su bracito para señalarlo con el dedo. Dio la casualidad, tan apretados como estábamos, de que el botón de la manga de su abrigo se enganchó en los rizos del pelo de la señora de al lado, y resultó ser peluca, que salió volando hasta las patas de los camellos. (Recuerdo a estos cargados de paquetes envueltos en papel del Corte Inglés, y me parecieron insuficientes para todos los niños del mundo, pero no expresé mi preocupación a mis mayores, sino que me lo rumié solo). A mi lado, mientras tanto, la tragedia se acrecentaba y la propietaria del postizo gritaba y lloraba por la pérdida que, si no recuerdo mal, terminó en el estómago de uno de los sufridos animales, que con habilidad la atrapó entre los dientes, mientras ella se arrancaba de la cabeza los pocos que le quedaban. Qué apuro pasó mi madre.


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