De Gutiérrez Solana se sabe que retrató a Ramón en una de sus tertulias del Pombo, pero con menos gracia de la que tenían, y que María Teresa León salvó sus cuadros de los bombardeos a los que sometía Madrid el bando rebelde, o eso contaba ella en sus memorias de melancolía. Pero de Solana hay también un buen puñado de escritos, porque también escribía, que dibujan su negra España, pero con palabros, (que diría de la Serna), que generan impresiones y estimulan la imaginación como el tinto oscuro. Solana es de los que renegó de la revolución y retornó a España cuando esta se volvía azul, que era el color del mono de trabajo, el mismo de La Barraca, el de las camisas de moda entonces. No tuvo tiempo de recrearse en ella, separado de los amigos que huyeron al exilio o desparecieron en la guerra, pereció en las pocas tertulias madrileñas que superaron la tragedia. Para el 45 visitó definitivamente el cementerio de la Almudena. Queda una carta al caudillo, donde manifiesta su preocupación por un mundo primitivo y canalla que la civilización condenaba al olvido. Fue un visionario.
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